Sunday, April 02, 2006

"CHILE: LA AVENTURA CONJUNTA DE CONVIVIR"

ENSAYO
Autor: HERNAN NARBONA VELIZ
Poeta - Escritor SEV. Administrador Público, Licenciado en Relaciones Internacionales, Consultor CICOM-OEA, Profesor Universidad Católica de Valparaíso.
Valparaíso, Octubre/1993.
CHILE: LA AVENTURA CONJUNTA DE CONVIVIR
EL OBJETIVO: NOSOTROS MISMOS
Como un monólogo trunco, aderezado de millajes inusita­dos, el chileno de hoy trota por las peatonales, en un impecable eludir al prójimo, ese ser contiguo que atropella, que impone su paso también acelerado, mien­tras las voces por sobre las cabezas se entremezclan para anunciar la última "novedad de año para los regalo­nes".
Apretujado en la escalerilla mecánica se va sumer­giendo en el moderno limbo de las urbes, asumiendo una intros­pección fetal, mientras los espejos, las vidrie­ras, el veloz túnel de la muche­dum­bre, van delineando su imagen reiteradamen­te, como insis­tiendo en ese escudriñar clandestino de su íntimo microespacio.
Allí, acomodado en el recinto subterráneo, el hom­bre de fin de siglo busca retomar sus sueños.
Entrar por su mirada a las inquietudes del ser huma­no frente a su entorno, exige abandonar impos­tacio­nes doctrinarias, raciona­lidades desgastadoras y sim­plis­tas. Se trata de adentrar­nos en el alma colecti­va, yendo más allá de las formas, apuntando hacia la emoti­vidad guardada que lleva consigo los rasgos grue­sos de una memoria oculta, doliente, simulada.
Es el osado intento que quisiéramos proponer como aven­tura compar­tida.
Es la propuesta indagatoria que desple­gará más pregun­tas que respuestas. Es la invitación a recorrer con nuevo prisma estos umbrales de fin de siglo, para beber el alien­to cálido de la tierra, para estrechar lazos con los más recónditos senti­mientos, para propo­ner talvez una suerte de catarsis, que nos permita mirarnos en el espejo sin bajar la vista.
LA NECESIDAD DE RECREAR UN SUEÑO
Llenos de errores, reiterativos en promesas que al paso se olvidan, deudores morosos de afecto, convocados por un silencio apretado que pugna por dar un brinco, nos ponemos a revisar lo propio y nos proponemos ser opti­mis­tas en el juego. Tratando de reírnos de las graveda­des con que el formalismo viste los absur­dos de la historia.
Sintiendo que aún somos capaces de recrear un sueño y enarbolarlo a diestra y siniestra.
Para la aventura, proponemos la simpleza celeste que sigue creciendo inocente por las calles y barrios de la patria. Los hijos que siguen llegando en la antesala de un cambio de era.
Frente a ellos, todas las juiciosas reflexiones sobre la vida, la reconciliación, la mentada moderni­dad, la inserción internacional del país, la democra­cia, la participación social, todo al fin, aterriza en ese hilado intan­gible del amor.
Allí quisiera posicionar esta reflexión. En esa cons­trucción sencilla de la libertad, de la educación sin palabras. Frente a los niños la relación no funcio­na con el hemisfe­rio de la razón o la lógica, se debe recurrir a la magia, al vuelo, a la libre expre­sión de las sonri­sas o las rabietas.
En ese amurallado reducto de cada cual, en la actuación franca que parte del saludo sencillo de buenos días y se clausura con un minúsculo pero enorme beso de buenas noches; allí, en ese privado microespa­cio, puede cons­truirse el cimiento de una sociedad dife­ren­te.
Quisiéramos dejar un abanico de ideas en la mesa redon­da de todas las familias de Chile. Recuperar el tantas veces desmerecido diálogo intrafamiliar, para afrontar como chilenos ese interés común insoslayable -nuestros hijos, los suyos, los de todos - como expre­sión concre­ta - de sucias narices y rodillas rasmilla­das - de un objetivo humanista integral, que nos permi­ti­rá un punto de partida necesario, en donde podamos fortalecer las coinci­dencias.
Sabemos que es en esa tarea silen­ciosa de formar perso­nas, en donde a diario los adultos corremos todos los riesgos y donde somos normalmente livianos en su consi­deración. El desapego afectivo, las faltas de tiempo, la soledad encubada desde la guarde­ría, son algunos de esos hechos concatenados, que nos marcan posteriormente en la adul­tez.
En la idea-fuerza de profundizar la democracia y sentar las bases de una convivencia basada en el respe­to mutuo, que postula como un sólido faro la civilidad, se pretende hacer de la democracia carne y espíritu, con conduc­tas coherentes en la comunidad, en el indivi­duo, en el hogar, en la familia. Es allí donde debiéra­mos indagar por las raíces profundas del cambio.
Los contaminantes y amenazas del entorno familiar son múltiples, y mucho se equivocarían quienes no alcanza­ren a percibir la importancia crecien­te de este espacio genuino para la conjugación real de los valores que difunde el discur­so.
Para alcanzar consecuen­cia entre el discurso y la acción, es necesario repensar la Familia para el Cam­bio. Como soporte de lo que busca ser una sociedad pluralista, con un estado democrático donde la convi­vencia se funda­mente en el respeto mutuo y los valores ancestrales del amor, de la tole­rancia, de los deberes junto con los derechos.
EXORCISMO DE NUESTRAS DEBILIDADES
Librar a nuestra sociedad de los peligrosos virus que la acechan significa concentrar el esfuerzo en esa manida "célula de la sociedad", entendiéndola viven­cialmente, sin sofismas, sin retóricas ni prédicas. Sin escatimar realismo para alertar a sus miembros de las amenazas que debe enfrentar.
La familia en todo tiempo y espacio constitu­ye una generalización recu­rren­te que la intelectualidad o las élites políticas parecieran saltarse. No se puede obviar este microespacio fundamen­tal, en donde se juegan las expec­ta­tivas de calidad de vida de toda la socie­dad.
Cuando se diagnostica problemas sociales, tales como violencia, alcoholismo, drogadicción, homosexuali­dad, consumismo, rupturas matri­moniales, deserción escolar, abusos deshonestos a infan­tes; todo al fin, se va enraizando en los problemas profundos de desamor, que cruzan a la pareja y la sociedad.
Todo se inicia y confluye en nuestro espacio, aquí y ahora. Con lo cual, ejercer la autocrítica es una necesidad de sanea­miento mental y espiritual im­prescin­di­ble, cualquiera sea la connota­ción ideológica o religiosa que cada quien otorgue a esta acción.
Por ello, para pensar el bosque, detengamos un poco la visión en el amigo árbol, que sufre las erosio­nes en carne propia. Después, asomarnos al macroespacio resul­tará aterrizado, consustanciado con lo que real­mente estamos siendo aquí abajo, en el día a día.
El proceso natural de enseñanza-aprendizaje se basa en experien­cias vivenciales que el niño va regis­trando inconscientemente desde su primera infancia.
Por ello, su hábitat debe ser formativo en muda consis­ten­cia: libertad con responsa­bili­dad, solida­ridad con gestos de genero­sidad, decencia con honesti­dad, verdad sin dobles estándares, sensibili­dad social y vocación de servicio público más allá de campa­ñas ocasiona­les.
Si se busca mejorar al hombre, rescatando aquí y ahora sus virtudes, tenemos que afrontar conjuntamente la dura tarea de exorcizar nuestros propios fantasmas, dándonos ese tiempo y distancia saludables para los dolores que arden allá dentro, tras las epidermis de la vida diaria y sus vidrieras coloridas.


Estamos señalando elementos de sentido común, que por parecer obvios no resultaría necesario revisar desde un enfoque teórico. Pero, por constituir precisa­mente aspectos de cotidiana omisión, resulta importante intrincarlos a este análisis prospectivo que buscamos motivar. Cada cual podrá hacer su revisión personal para determinar en qué medida está siendo coherente con aquello en lo que cree.
Pensando en términos integrales, yendo y viniendo de la política al hombre y viceversa, alguien podría pregun­tar ¿Qué implicancias tiene para un civismo res­ponsa­ble el postular este compromiso perso­nal con los prin­cipios que consagra la Declaración Universal de los Derechos del Hombre?
Es talvez un lugar común, pero latente en todos los diagnósticos, el cen­trar recurrentemente el pro­blema de los derechos humanos en el ámbito educacio­nal. Tratemos de cruzar un poco más allá, para entrar al ámbito delineado, del propio hogar. Porque educar para la vida en armo­nía significa enten­der la interdependen­cia de planos, para asumir, en definitiva, que los desafíos planetarios pasan y concurren a este espacio de los seres de carne y hueso.
DERECHOS Y OBLIGACIONES
¿Cómo escudriñar lo insondable del alma colectiva, sin empanta­narnos en sofismas, prejuicios, resentimien­tos, angustias, esperas y promesas?
¿Cómo sustentar en el estiércol de tanta ignominia aquellos rieles devastados que fueron arras­trados en la abrupta caida de los símbolos?
Por el planeta rechinan los dientes apreta­dos de los desprotegidos seres humanos, convocados en torno a las estanterías que recién se iluminan. Son los nuevos nómadas, sin utopías, aplanados en sus preciados sue­ños.
¿Cómo postular una reinserción en un mundo que avasalla con la velocidad del cambio?
¿Cómo recomponer los morrales para rescatar algo de mística en medio de tanto utilitarismo?
En la vorágine de esta pregonada aldea mundial, donde la caída de los colectivismos dejó un peligroso vacío de poder, con el reflotamiento de exacerbados fundamen­talismos y naciona­lismos, que han inaugurado nuevos holocaustos, la Demo­cracia quedó como una débil carabe­la, sometida a los tormentosos designios del fin de siglo.
En la América Temprana, luego de un largo período de decrecimiento y regímenes de facto - que reflejaron casi por tres décadas las concepciones hemisféricas del período de guerra fría- la civili­dad ha levan­tado hacia el término de los ochenta, como esperanzador común denominador, la Democra­cia.
LA DEMOCRACIA Y NUESTRO PEQUEÑO DICTADOR
Con sus bande­ras rasga­das, postu­lada como un siste­ma político plura­lista, la demo­cracia se yergue como un perfectible sistema que debe superar rompientes a cada esquina.
La pregunta que va calando hondo la historia presente, es el grado de viabi­lidad que tiene la demo­cracia para resolver en equidad los conflictos socia­les. Siendo la democracia el mejor de los siste­mas conocidos, los es­fuerzos apuntan, en especial a nivel regional latino­americano, a mejo­rar­lo con la e­nergía de la civi­lidad, con la moder­nización del estado y con la apertura y ensayo de nuevos canales de participación para los hombres coti­dianos.
Las amenazas que debe afrontar la democracia son mu­chas, pero quisiéramos subrayar dos tendencias que apuntan sobre ella, debilitándola intrínse­ca­mente.
Primero, las iner­cias centralis­tas y la concen­tra­ción de poder, con la presencia creciente de grupos económi­cos que van ejer­ciendo una influencia creciente en los distin­tos niveles de la sociedad.
Otro peligro es el que cada cual lleva dentro y que aparece al menor des­cuido. Es nuestro pequeño dictador, que arremete en contra del mundo, tratando de imponer sus ideas e intereses contra viento y marea.
Si nos animásemos a sincerar nuestra real vocación de demócratas, asistiríamos con escozor a esta peligro­sa tendencia interior a imponer nuestra voluntad por encima de las proclamaciones altisonantes de este ideario.
Incentivados hombres y mujeres por premisas que funda­mentan el éxito en un actuar individualista y agresi­vo, como clave de la competitividad y del éxito, ese peque­ño dictador pareciera legitimizarse en noso­tros, avasa­llando inconscientemente a los demás.
Nuestro pequeño dictador busca imponerse sobre el del vecino, ya que los perci­be como antagonis­tas a quie­nes se debe derrotar.
Para educar en valores realmente democráticos, es preciso asumir que el hombre, como ser gregario, nece­si­ta de los demás, aunque en esa convivencia natural­mente conflictúan sus intere­ses con los de las demás personas. Debe por lo tanto, cooperar y simul­tá­neamente competir. En este sentido, el hombre que se supone civilizado, parti­cipa en función de los espacios que él efecti­vamente abre y ejerce.
La ley de la selva que ha fortificado el indivi­dualismo debe ser corregida para una convivencia sus­tentada en la paz.
CULTIVAR LA DOCTRINA DEL ESFUERZO
El costo social de los procesos de ajuste estruc­tu­ral que ha venido viviendo nuestro continente, ha impactado sobre el hombre ameri­cano provocando el desmorona­mien­to de sus seguridades básicas, lo cual ha conllevado la desorientación de una talvez endeble escala de valo­res.
El desempleo, con la consecuente incorporación del jefe de hogar a la economía informal. El descalabro de los roles clásicos en la pareja, con la mujer incorpo­rándo­se al trabajo, y el hombre cayendo en cuadros depresi­vos a raíz de una inseguridad laboral que lo ha sor­prendi­do, sin opcio­nes, a una edad madura. La cesan­tía atendi­da con programas pater­nalistas, el hombre que baja sus brazos y espera que le sigan dando. La margi­nalidad empan­tanando a la digna pobreza de otrora, con efectos paralelos, como el alcohol de las botillerías de urgencia, o la droga que se distribuye por las esquinas de las barriadas. En fin, todo un cuadro de descomposición ética, que podría resumirse en un desfi­ladero por donde el hombre urbano transita con graves riesgo para su digni­dad, para su calidad de persona.
La desesperanza reptando por los pechos ha condu­cido a laberintos depresivos y alienantes que se tradu­cen en abulia, apatía, falta de ganas; agotamiento espiri­tual que fácilmente deriva en el alcoholismo, la mendicidad, la aceptación de la prostitución, la ho­rrenda decaden­cia que conduce a ámbitos de tenebrosas aristas. Allí está el hombre con sus llagas como cruda expresión de la negación del más elemental derecho: la vida y la dignidad elemental de toda persona.
La enorme tarea de la sociedad toda es mejorar las condiciones de vida de esos hermanos que han caído en el túnel de la miseria. Es el desafío patrio para traer a la sociedad chilena una seguridad, una perspec­tiva que vaya neutralizando esos nudos gordianos de la marginalidad.
Pero el esfuerzo debe promo­ver al hombre hacia su dignificación. Entregándole herramientas para subir hacia escaños de mayor dignidad, centrando los esfuer­zos del gasto social, sin populis­mos, en la educación, para una mayor autonomía en la solución de sus propios proble­mas.
Recuperar la doctrina del esfuerzo significa enfrentar los desvalores del facilismo, del oportunis­mo, del cortoplacismo.
Significa cimentar una convivencia que sea real­mente antropocéntrica, que salga de los esquemas merca­dotéc­nicos para entender que tras la generación y distribu­ción de la riqueza está el hombre.
El hombre de carne y espíritu, que desea realizar­se en el trabajo, que busca crecer y cubrir sus múlti­ples aspiraciones. Necesidades que no son todas cuan­ti­fica­bles ni pueden ser atendidas con parámetros de oferta y deman­da.
EQUILIBRIOS NECESARIOS
Hay elementos fundamentales en las aspiracio­nes e intereses del ser humano, como la necesidad de perte­nencia, de realización, de servicio público, de poder, tras los cuales despliegan su es­fuerzo los hombres durante su respectivo proyecto de vida. Por lo tanto, el buscar oportunidades para Ser, para alcanzar una mayor autoestima, para proyectar en forma corpora­tiva como nación un proyecto de país, un horizonte de convi­vencia, todo pasa por el perfeccionamiento de la cali­dad de la sociedad y del Estado como su máxima organi­zación.
En la aspiración a ser felices los hombres buscan mucho más que cosas materiales. Pero las sirenas elevan sus cánticos cotidianos a través de las parabólicas o el cable y los arrecifes son atractivos. El sentido de pertenencia pasa a ser suplido por la tenencia de una tarjeta plástica.
"Debo, luego existo", pareciera ser uno de los mensa­jes subliminales que distorsionan el ethos cultu­ral de nuestra sociedad. El consumismo puede convertir­se en una expresión compulsiva de nuevas soledades, de neo-angus­tias que van estresando los estómagos anoréxi­cos de los "yuppies de la city" .
En la nueva sociedad de mercado es preciso actuar con la cabeza despejada. Las altas tasas de endeuda­miento de los sectores medio bajos y populares está preocupan­do a las autoridades. Es que el consumismo cala en inversa proporción al grado de conciencia o educación de las personas. Es un fenómeno extendido, que dificul­ta colocar en el centro de interés colectivo temas que no redi­túen en términos mercantiles.
La descripción de estos hechos no significa rehuir las propias responsabilidades por caer a menudo en los embrujos de las luces de neón, por correr de pronto tras titulares, oropeles o bisuterías.
"Taquillar" es un verbo de los tiempos modernos, que conju­gan, sin demasiado pudor, políticos, artistas, intelec­tuales, académicos y poetas. Talvez los más discretos sean los propios empresarios, cuyo estilo de hacer negocios les lleva a publicitar en sus campañas sus bienes o servi­cios, pero no a publicitarse ellos mis­mos.
La doctrina del esfuerzo es la expresión de una actitud de amor hacia lo que cada cual debe realizar. Es una invitación a desplegar los propios sueños y a luchar por ellos, pese a los distractores que preten­den hacernos perder el norte. Trabajo concienzudo, coopera­ción para ser mejores. Construcción solidaria de nues­tras comunes aspiraciones de progreso, manteniendo en el empeño nuestra identidad.
REVALORIZANDO LO PROPIO
­Frente a estas fuerzas entrópicas de nuestra sociedad, la propuesta de fortalecer lo propio, resca­tando los valores de la chileni­dad, de aquello que conformamos como región, ese crisol inconcluso de etnias, aquello que somos en nuestra calidad de indo-iberoamericanos, debe trascender mucho más allá de las efemérides o la retórica integracionista.
Si la América a la cual pertenecemos, está en pleno proceso de estabilización política y económica. Si a nivel planetario la tendencia mundial a los regio­nalis­mos va acompa­ñada de tendencias de neo-proteccio­nismo que dificultan las posibilidades de crecimiento hacia afuera de nues­tras economías; y si a eso se adiciona la reaparición de grupos neonazis, cuyos mensajes de xenofobia penetran las ciudades europeas, la civilidad de nuestra región debe asumir el desafío impostergable de apurar el paso en la cooperación y la integración.
La evidencia actual de esta nueva dinámica de los procesos de cooperación regional, se aprecia en dos niveles inter­conectados: el plano intergubernamental, en donde la diplomacia direc­ta apunta a la concertación política de la región; y el ámbito privado, con accio­nes cons­tantes de empresarios, académicos, profesiona­les, organizacio­nes no gubernamentales, que han ido tejiendo una red de intereses permanentes que hoy deja al proce­so global de colaboración regional, en una inmejorable posición.
Hoy la cooperación es mucho más que un eslo­gan recu­rrente para la revi­sión de las relacio­nes exterio­res.
Es la necesidad íntima, familiar, de defender nuestra esencia, para que la apertura de las economías no signi­fique resignarnos a perder elementos históricos que nos han dado una identidad, una personalidad frente al mundo.
El mundo de los noventa nos llena de información. Nos satura de noticias. Nos exige repensar todos los esti­los tradicionales de vida. Es a veces incómodo vivir en esta aldea mundial.
El desamparo del hombre de hoy se traduce en el cambio mundial de los roles del Estado, con un ajuste estruc­tural que ha ido más adelante que la mentalidad de la comunidad nacional, que, salvo excepciones, va interna­lizando lentamente los nuevos estilos de inter­ac­ción económica y social.
Queda en las personas un sentimien­to de soledad, un descreimiento en ese Estado que se repliega y se decla­ra subsidiario. Se intuye la necesidad de partici­par en términos competi­tivos, se teme el peso político de grupos de interés, cuyas áreas de influencia tras­cien­den los marcos nacionales.
Como una reacción casi lógica el hombre se refugia gregariamente en las organizaciones no gubernamentales, convirtiéndose éstas en trincheras elitarias para actuar en la conquista de algún grado de influencia.
Hay temor por las distorsiones que puede tener el poder financiero en la vida social. Se desconfía de la rela­ción de lobbying y se aspira a una transparencia que permita dilucidar la legítima acción de defensa de intereses sectoriales o gremiales de lo que es corrup­ción. Débiles fronteras que cuesta distinguir.
En la reorganización o modernización de nuestros paí­ses, aparece la necesidad de compartir espacios, pero también la enquistada tendencia de ganarlos por la fuerza. Federalismo o feudalismo es la dicotomía que nos plantea Edgard Morin, en su prospectiva de la civilización planetaria de fines de siglo.
A nivel de las calles empedradas que soportan estoicas sus siglos marineros, el humor ayuda a no deprimirse ante tanto cambio. Una de las expresiones críticas más saludables que el anónimo ser humano ejercita desde su clandestino si­tial en las megalópo­lis, es la observa­ción ácida, el diagnóstico risueño que se mofa de todo.
La risa, como nuestros bailes festivos, es libe­rante y un antídoto frente a tanta incongruencia. Es una liga­
zón satisfac­toria para indi­viduos solitarios que rehu­yen pero al mismo tiempo integran la multitud desbo­cada; queriendo de alguna forma levantar su prota­gonis­mo, defen­diendo el aire y la flor, mofándose de la última masacre de los paci­fistas armados hasta los dientes que nos ha traido el satélite.
Riendo de todo, rasgando con la mirada aguda del libre­tista, del caricaturista o del cómico los protoco­los almidonados, este ejercicio lúdico oxigena las urbes con sus ventoleras irreverentes. Así tam­bién, el anónimo telespectador celebra desde el living los logros de la Paz en medio de tanta belicosi­dad.
Pero más allá de la actuación soberana como tele­viden­te, aparece reiterativa la soledad, barnizando las ciudades con rece­los y miedos.
Y allí, al medio, nadando hasta el próximo escaño, intentando un surf por las olas de la modernidad, el hombre de hoy, minúsculo, atiborrado de información, sin saber que en esa avalancha de información corre el riesgo de perder cada vez más su capacidad de asombro y su débil identi­dad nacional. O también el riesgo de irse cerrando en sí mismo, con la pérdida de interés por todo lo que esté más allá de su microentor­no.
En las urbes, los personal stereos clausuran toda posi­blidad de acerca­miento básico a los demás. Y la cone­xión no tiene filtros mínimos para aquello que alguna efe - eme despliega como programación envasada.
Este es el escenario de disgregación en que se sitúa el alerta rojo. Si se quiere fomentar una actitud de respeto mutuo, que elimine actitudes belicistas de cada íntimo pequeño dictador, es preciso generar los puentes elementales para salir de nuestras caparazones y deci­dirnos a conjugar el nosotros.
El televidente que ríe, que selecciona lo que quiere escuchar, al ejercer su sagrada libertad parece estar olvidando o desinteresán­dose por lo público, por los demás.
Así es la dura tarea cotidiana de la convivencia.
Deambulando nuestro minúsculo hemisferio, resguar­dando el metro cuadrado escaso, fortaleciendo maceteros de poder que jamás llegarán a ser parcelas, nos encara­ma­mos hoy a la pregunta desgarradora que se avienta en esta etapa de apertura , en donde América Latina tiene una mitad oculta deambulan­do por el mundo entero, como sudacas o espaldas mojadas: ¿Cómo participar en este mundo de hoy sin que nos debilitemos más en el empeño?
¿Cómo formar en nuestras jóvenes generaciones una mentalidad abierta, interesada en interactuar siendo mejores?
Desde este nominado Continente de la Esperanza, desde este Chile partido y diseminado por el planeta, asome­mos la nariz inocente al discur­sivo proceso coti­diano, a esos es­fuerzos que buscan construir su inserción inter­nacio­nal.
Asumiendo los riesgos, que hemos reseñado como hitos de sirénico espectro, descubramos con energía las enormes oportunidades que nos ofrece cada día el diálo­go, la cooperación, las negociaciones.
Podemos construir una pertenencia creativa y polifacé­tica a un mundo flexi­ble, quizá agreste, pero lleno de otras personas, con paralelas incertidumbres, que tienen una visión com­partida, y a quienes debemos descubrir. O seguir famélicos hasta un penúl­timo nau­fragio. Depende de nosotros.
Las energías están dentro de cada uno de nosotros. El asunto es focalizar­las en forma integrativa, elevando el conoci­miento y respeto por lo propio, por nuestra historia, nuestros ancestros, nuestra idiosincracia.
Intentemos la aventura del redescubrimiento, la catár­sis ineludi­ble que nos permita fulgurar como eslabones del fin de siglo, ligando con inusitado esfuerzo nues­tro incongruente trocito de historia con la cosmogonía que cada cual esculpió en sus silencios, o aprendió en décadas pasadas entre aquellas estanterías, hoy abarro­ta­das de tomos fantasmales.
Tratemos de empezar de nuevo, avan­zando por los umbra­les del siglo, más livianos, despro­vistos de lastres, para rememorar lo propio con los poros abier­tos, pero hurgando las aristas de la memoria para eliminar los absolutismos, para asig­narle a cada episodio su prisma de verdad inconclusa. Hagamos el empeño honesto de elevar un puente para la empatía indispensable que nos permitirá conocernos y entender nuestras respectivas ansiedades e intereses.
NEGOCIAR: HERRAMIENTA DE PAZ Y COOPERACION
Hemos podido apreciar en nuestros trabajos por América Latina la importancia crciente de las negocia­ciones, como forma civilizada de convivencia. La inte­gración de los pueblos se sustenta en acuerdos de mutuo benefi­cio. Hemos tenido la suerte, a través de diferentes misiones por toda la región, de ir fortaleciendo viven­cialmente las premisas de la cooperación, intercambian­do experiencias con otros latinoamericanos que exploran y difunden esta nueva disciplina.
En el libro de Mario Jinete, de Cali, Colombia, "Cómo Negociar con Éxito", leemos un párrafo que brillante­mente resume el alcance de la acción negociadora:
"Como existe una interrelación entre todos los seres humanos, la negociación se impone como una interdepen­dencia que nace en el seno del propio hogar, se extien­de al mundo de los negocios, se aplica entre gobernan­tes y gobernados y aun entre países. Querámoslo o no , vivimos en permanente proceso de negociación."
¿Es posible la cooperación en función de ser más compe­titi­vos en el mundo abierto de hoy?
Si quien contestase esta pregunta fuese un violento, diría que no. Es que la violencia es el uso directo u oculto de la fuerza como medio para resolver el con­flicto. En el fondo la violencia delata una debilidad, la incapacidad de hacer pesar los propios argumentos en un debate racional.
Por lo mismo, nuestra respuesta es sí, y le agregamos que cooperarse para competir con mayor capacidad cons­tituye hoy una necesidad para el progreso de los pue­blos.
En este contexto, la verdad es un valor que debe privi­le­giarse para lograr legitimidad en la vida diaria, y es algo básico para mirar el mañana con esperanza, con optimismo.
NEGOCIAR ES PARTICIPAR
Todos portamos nuestros lastres, nos relacionamos condicionados por nuestros prejuicios, por nuestra con­ceptualización del mundo. Sobre todo las genera­ciones que fueron remecidas por la utilización de la fuerza, por el miedo impuesto como palanca de domina­ción, por los exacerba­dos ideolo­gis­mos, por la confron­ta­ción posi­cio­nal de ópti­cas dife­ren­tes, de intereses que se impusie­ron a raja tabla, en fin, por si­tua­ciones ruptu­ristas que troncharon la vida cívica de los pue­blos de América toda.
La franquía que necesitan las relaciones entre personas y organizaciones, pasa por hacer explícitos los intere­ses que pretenden alcanzar las partes y comprender sus límites.
Actuar sin prepotencias, buscando como valor la reci­procidad, buscando con creatividad opciones que conci­lien y complementen tales intereses, conduce a una estabilidad en sus relacio­nes .
Ejercitar la tolerancia no significa resignar los legítimos intereses, sino impulsarlos con la compren­sión cabal de que habrá que anticipar conflictos, imaginando cómo resolverlos con la mayor equidad.
Aprender a compartir lleva a la construcción de rela­cio­nes equili­bradas, de una creciente colaboración.
En este contexto, el rol principal del Estado Moderno debe ser precisamente la desconcen­tración del poder para que el ciudadano pueda ejercer su protago­nismo en espacios más explícitos de concurrencia, como lo son las comunas, barrios y organizaciones no guber­namenta­les de ámbito local. En la expectativa de esta moderni­zación, el Estado debe ir regulando marcos gruesos o globales para que se procure un mayor equili­brio, transparencia y claridad en las actividades de los privados.
La planificación participativa, que co­rresponde a este estilo de relacionamiento, se basa precisamente en un sistema pluralista de negociaciones que integre intere­ses en proyectos consensuados. El liderazgo que debe ejercer un agente del planeamiento comunal o regional, deberá buscar precisamente este tipo de acciones en la comunidad.
En definitiva, para mejor participar en la vida ciuda­dana, los grupos de interés deben cambiar los estilos de presión y fuerza, por aquellos que , susten­tados en el pluralismo y la tolerancia, se encaminan por el camino inteligente de la negocia­ción.
EDUCACION PARA LA TOLERANCIA
El acuerdo y la negociación son la única posibili­dad de vivir en paz y armonía. Practicar el acuerdo es la única forma de ser verdaderamente hombres libres y de buenas costumbres.
Debemos aprender a defender con valores nuestros inte­reses. Entender que la fuerza de la razón abre caminos a la paz. Que la interrelación de los seres humanos no puede excluir a nadie, pero que los espacios de armonía se ganan una vez que se toma debida cuenta de los límites y responsabilidades que implica ejercer un derecho.
Saber con quienes se conflictúa y porqué, para proyec­tarse en fun­ción de negociar una salida armónica al problema.
En las sociedades latinoamericanas contemporáneas, la desventa­ja estructural de los sectores más débiles, ha puesto en el tapete un valor: la equidad.
Aspirar a relaciones más equitativas en la socie­dad es mucho más que un compromiso de la alta política. Debe moti­var una acción cultural profunda, que rescate los principios de la cooperación, esa básica acción grega­ria para mejorar las capacida­des de participar en ámbitos competitivos.
La igualdad de oportunidades, constante utopía social, debe ser acercada a la vida real en función de medidas que vayan mejorando las fortale­zas de las grandes mayo­rías, entregándoles opciones de crecimien­to, de cons­trucción asociativa de una mayor capacidad negociadora.
Educar para fortalecer la familia chilena. Educar para una relación activa en la sociedad, educar para la cooperación, conduce a una forma diferente de actuación en todo orden de cosas.
Negociar significa establecer comunicaciones, negociar significa construir con dinamismo relaciones equitati­vas, nego­ciar signifi­ca aprender a resolver los con­flictos de intereses, antes que ellos detonen con grave daño para todos los involucra­dos.
Deponer el autorita­rismo en el corazón de los hombres, pasa por activar también su creatividad. Sacarse de encima cánones normativistas, dejar de plantear como estilo de inte­rrelación la consecución de marcos cons­tituciona­les, legales o reglamentarios para perpetuar los status quo, significa entender con dinamismo la evolución de las sociedades modernas.
La solución imaginativa de los proble­mas, con una acción integrativa que vincule e involucre a todos los interesados, aportará equilibrios casi naturales al problema.
En este sentido, la participación social se levan­ta como una columna vertebral para soportar una organi­za­ción social más sana. Que la política no pretenda adju­dicarse el monopo­lio de lo público, queda como premisa si se desea realmente la participa­ción responsable.
Participación que debe recoger como elemento sustan­cial, la conjuga­ción de deberes y derechos.
Cualquier postura facilista que se centre sólo en reclamar derechos o intereses, deja rengueando la idea de responsabilidad ciudadana. El correla­to de ambos aspectos nos puede nutrir eficazmente para cimen­tar una sociedad moderna, equitativa, segura de sí misma.
NO MÁS EL MIEDO
De los lastres, quizá el peor.
"El miedo es un gusano carcomiendo/Te deja silente y aislado/ Te vuelve servil/Te desmantela../Va doblegando tu esperanza/ y como ostra taciturna/ ya sólo te impor­ta tu sosiego". Es un trozo del poema "Miedo al Miedo", en donde el autor presenta al miedo como elemento paralizante, disociador, una herramienta milenaria de las tiranías.
Cualquier lectura que hagamos de los efectos sico-sociales de la represión, marcará el mismo hecho. Los hombres sometidos al terror flaquean, escabullen por los recónditos laberintos de la mente, generan conduc­tas de aislamiento, de culpa. Lo plantea, talvez con mayor fuerza, el poema "Individualísimo", que presenta al hablan­te urbano que ha internalizado ese miedo ambiental:
"En la piel siento vergüenza/en los ojos desconfianza/ en mis manos escondidas sólo siento la distancia/ Evitando invita­ciones/Con temores de invi­tar/ restrin­giendo confiden­cias/Un espécimen normal/... Y me aler­gian los bulli­cios/Y le escapo a su canción/ han logra­do transformar­me en gentil consumidor..."
Para poder recuperar la libertad en la íntima fibra de las personas, es preciso erradicar para siempre el miedo. Nadie puede defender los derechos ajenos si el propio interesado los resigna y no se compromete en su defensa.
Este factor es fundamental para que las perso­nas gene­ren actitudes sanas en función de sus intere­ses.
Como dijimos anteriormente, es preciso desterrar el autoritarismo de nuestras conductas cotidianas, y, en el mismo sentido, es preciso fortalecer la autoestima ciudadana, a efectos de potenciar la libertad como una postura protagónica en nuestras vidas. La obsecuencia es tan dañina como la prepotencia, y son ambos obstácu­los para poner en ejecución cualquier proyecto de trabajo.
La obsecuencia anula toda creatividad. Sólo se sabe obedecer sin cuestionamientos. Tampoco nadie puede esperar lealtades de un obsecuente, ya que él servirá al que lo mande con más rigor. En definitiva, la vio­lencia se retroalimenta con la debilidad, cobardía y el silen­cio de los subyugados.
Muchas veces, racionalmente, elaboramos justificaciones para no hacer. Pecamos de omisión al resignar legítimos derechos ante la fuerza o prepotencia de los abusado­res. Sin embargo, la no-violencia dice no a la brutali­dad, y lo hace con su fuerza, la razón y los valores.
Quisiera insistir majaderamente en esta idea, porque involucra lo educativo y fami­liar, pues estos desvalo­res, estos estilos de convivencia con parámetros de dominan­te-dominado , arruinan cualquier proyecto que apunte a formar personas, es decir, seres libres, capaces de forjar su propio destino.
El desarrollo de nuestros países necesita niños creati­vos, jóvenes que amen y ejerzan su libertad con respon­sabilidad. Personas capaces de emprender la aventura de construir un sueño, capaces de construir equipos, de generar relaciones justas de colaboración. Sin venta­jismos, con sincero aporte y dedicación al trabajo que se acometa.
Chile y Latinoamérica buscan este ajuste profundo de sus sistemas educacionales, para generar energías renovadoras, que sustenten en las nuevas generaciones un espíritu equilibrado, en donde se combinen el amor por las raíces y el entusiasmo innova­dor para conquis­tar con calidad espacios en un mundo competitivo.
CHILE : CON LA FUERZA DE LA RAZON Y LOS PRINCIPIOS
Están aún frescas las heridas del sordo conflicto que quebró el Alma de Chile. El Cardenal Raúl Silva Henrí­quez fue clarísimo al marcar las cicatrices que han cruzado la Patria. Se estigmatizó como "enemigos" a quienes pensaban diferente. Hubo mucho odio campeando con los puños apretados y bocas calibradas por nuestra tierra, pero en medio de todo hubo también nobles y solidarios gestos de quienes se jugaron la integridad personal para ser consecuentes con sus principios .
Hay aún muy poca distancia desde esos crudos hechos y aún no alcanzamos a plenitud la reconcilia­ción. Han faltado gestos hidalgos de reconocimiento de graves errores, ha habido reticencia a aceptar por parte de victimarios, con virilidad el juicio históri­co.
Apenas presen­tado el Informe Rettig, el asesinato del Senador Jaime Guzmán, líder oposi­tor, desvió práctica­mente la atención total de esta tras­cendental tarea cumplida por la Comisión Verdad y Recon­ciliación.
Sin embargo, Chile no podrá olvidar jamás la nobleza y dolor con que, desde el fondo del alma, el Presiden­te de la República, pi­dió perdón a Chile por todas las víctimas que se produjeron durante el período relevado, a partir del 11 de sep­tiembre de 1973­, hubie­sen sido ellas civiles o milita­res.
Hoy avanzamos por una etapa de madurez cívica, de­mos­trando al mundo la, talvez, más inteli­gente, suave e inédita transi­ción desde un régimen de facto - dicta­torial en su primera etapa, autocrático y personalista en la segunda - hacia un sistema democrático. Encami­nando al país a un clima de aceptación y concordia, con una recuperada democra­cia que, pese a sus originales y premedita­das amarras, ha logrado, gradualmente, generar consensos para una profundización real del pluralismo y la participación ciudadana.
Chile ha dado una lección al mundo, la cual nos subraya una vez más, que el camino negocia­do es siempre, en cual­quier circunstancia, el menos costoso para una nación. Los desafíos han sido enormes, sobre todo en el ámbito de la deuda pendiente con aque­llos compatriotas que sufrieron en carne propia, en su derecho a la vida, a vivir en la patria natal, a pensar distinto, a no ser discriminados por su pensamiento contestatario, los rigores de un régimen que concentró la fuerza armada como base de su poder.
En los ochenta, Chile orienta la fuerza de la civilidad hacia las banderas de la paz, de la razón. Y desde las protestas movilizadoras, evitando el riesgo de caer en una confrontación sin destino, aislando a los que postulaban la vía armada para hacer frente a la dicta­dura, las fuerzas democráticas construyen el movimiento cívico más activo de la historia de Chile que, dentro de las arteras condiciones de un régimen militar auto­ritario y dentro de las reglas institucio­nales de una Constitución que ya no se cuestiona, manifestará el 5 de octubre de 1988 su No histórico. Que abre las puer­tas a la nueva etapa que estamos viviendo.
La razón aparece como estoica bandera que agluti­na a Chile entero, abriendo cauces renovados para el enten­dimiento en paz.
Chile inaugura la década de los noventa con su flamante primer gobierno democrático. Y en la estrate­gia que dirige el juicioso estadista de esta arquitec­tura política, Patricio Aylwin, la fuerza de la razón es la mayor fortaleza de su gobierno de transición.
Es así como en Chile se produce el desmantelamien­to de los conflictos, el llamado a la civilidad, para que madura­mente vaya cuidando el valor conquistado - el nuevo sistema democrático- sin exacer­bar la confronta­ción, sin acti­tudes de revancha, sin caer en especula­ciones electore­ras que pudieran quebrar la disciplina en lo económico con acciones populistas­.
Las conversaciones con altura de miras, el sentido estratégico de largo aliento, la capacidad de escuchar, la capacidad de colocarse en los zapatos del otro, el buscar juntos, con creatividad y flexibilidad dentro de lo posible soluciones armónicas, son todos elementos que debemos apreciar como una rica experiencia nacio­nal, más allá de posiciones partidarias contingentes.
La ética en la política, como en todo ámbito de rela­ciones interpersonales o sociales, constituye una enorme fortaleza, que las personas deben apreciar como un faro permanente para sus actuaciones en sociedad.
Nadie puede manipular principios del derecho natu­ral, nadie puede planearse en ningún plano preten­diendo legitimar su accionar directivo, si no construye con acciones, con ejemplos, una autoridad moral, un ascen­diente que le permita ganar genuinos liderazgos.
En el actuar público, en las acciones cívicas, en la vida diaria, en el seno de la familia, la coherencia juzgada por contrapartes y subordinados, pareja, hijos, alum­nos, condiscípulos, etc., el valor de honestidad e integridad son vitales para tener esta legítima autori­dad.
La fuerza de la razón y la ética es mayor que cual­quier arsenal atómico. La historia está llena de derro­tados poderosos, que construyeron imperios a costa del desa­mor y la injusticia, como así también persisten por encima de los siglos aquellas religiones o doctri­nas que, que en distin­tas civili­zaciones y tiempos de la humanidad, pusieron Luz en el corazón del hombre.
Tenemos una hermosa tarea por delante: ¡Inaugurar el Siglo XXI con el ímpetu generoso de hombres y mujeres capaces de prota­gonizar su libertad, fortalecidos en la cooperación y la tolerancia!


HERNAN NARBONA VELIZ, Octubre/1993
--­-----------------------------------------------------
Octubre/1993

No comments: