Poeta - Escritor SEV. Administrador Público, Licenciado en Relaciones Internacionales, Consultor CICOM-OEA, Profesor Universidad Católica de Valparaíso.
Valparaíso, Octubre/1993.
CHILE: LA AVENTURA CONJUNTA DE CONVIVIR
EL OBJETIVO: NOSOTROS MISMOS
Como un monólogo trunco, aderezado de millajes inusitados, el chileno de hoy trota por las peatonales, en un impecable eludir al prójimo, ese ser contiguo que atropella, que impone su paso también acelerado, mientras las voces por sobre las cabezas se entremezclan para anunciar la última "novedad de año para los regalones".
Apretujado en la escalerilla mecánica se va sumergiendo en el moderno limbo de las urbes, asumiendo una introspección fetal, mientras los espejos, las vidrieras, el veloz túnel de la muchedumbre, van delineando su imagen reiteradamente, como insistiendo en ese escudriñar clandestino de su íntimo microespacio.
Allí, acomodado en el recinto subterráneo, el hombre de fin de siglo busca retomar sus sueños.
Entrar por su mirada a las inquietudes del ser humano frente a su entorno, exige abandonar impostaciones doctrinarias, racionalidades desgastadoras y simplistas. Se trata de adentrarnos en el alma colectiva, yendo más allá de las formas, apuntando hacia la emotividad guardada que lleva consigo los rasgos gruesos de una memoria oculta, doliente, simulada.
Es el osado intento que quisiéramos proponer como aventura compartida.
Es la propuesta indagatoria que desplegará más preguntas que respuestas. Es la invitación a recorrer con nuevo prisma estos umbrales de fin de siglo, para beber el aliento cálido de la tierra, para estrechar lazos con los más recónditos sentimientos, para proponer talvez una suerte de catarsis, que nos permita mirarnos en el espejo sin bajar la vista.
Llenos de errores, reiterativos en promesas que al paso se olvidan, deudores morosos de afecto, convocados por un silencio apretado que pugna por dar un brinco, nos ponemos a revisar lo propio y nos proponemos ser optimistas en el juego. Tratando de reírnos de las gravedades con que el formalismo viste los absurdos de la historia.
Sintiendo que aún somos capaces de recrear un sueño y enarbolarlo a diestra y siniestra.
Para la aventura, proponemos la simpleza celeste que sigue creciendo inocente por las calles y barrios de la patria. Los hijos que siguen llegando en la antesala de un cambio de era.
Frente a ellos, todas las juiciosas reflexiones sobre la vida, la reconciliación, la mentada modernidad, la inserción internacional del país, la democracia, la participación social, todo al fin, aterriza en ese hilado intangible del amor.
Allí quisiera posicionar esta reflexión. En esa construcción sencilla de la libertad, de la educación sin palabras. Frente a los niños la relación no funciona con el hemisferio de la razón o la lógica, se debe recurrir a la magia, al vuelo, a la libre expresión de las sonrisas o las rabietas.
En ese amurallado reducto de cada cual, en la actuación franca que parte del saludo sencillo de buenos días y se clausura con un minúsculo pero enorme beso de buenas noches; allí, en ese privado microespacio, puede construirse el cimiento de una sociedad diferente.
Quisiéramos dejar un abanico de ideas en la mesa redonda de todas las familias de Chile. Recuperar el tantas veces desmerecido diálogo intrafamiliar, para afrontar como chilenos ese interés común insoslayable -nuestros hijos, los suyos, los de todos - como expresión concreta - de sucias narices y rodillas rasmilladas - de un objetivo humanista integral, que nos permitirá un punto de partida necesario, en donde podamos fortalecer las coincidencias.
Sabemos que es en esa tarea silenciosa de formar personas, en donde a diario los adultos corremos todos los riesgos y donde somos normalmente livianos en su consideración. El desapego afectivo, las faltas de tiempo, la soledad encubada desde la guardería, son algunos de esos hechos concatenados, que nos marcan posteriormente en la adultez.
En la idea-fuerza de profundizar la democracia y sentar las bases de una convivencia basada en el respeto mutuo, que postula como un sólido faro la civilidad, se pretende hacer de la democracia carne y espíritu, con conductas coherentes en la comunidad, en el individuo, en el hogar, en la familia. Es allí donde debiéramos indagar por las raíces profundas del cambio.
Los contaminantes y amenazas del entorno familiar son múltiples, y mucho se equivocarían quienes no alcanzaren a percibir la importancia creciente de este espacio genuino para la conjugación real de los valores que difunde el discurso.
Para alcanzar consecuencia entre el discurso y la acción, es necesario repensar la Familia para el Cambio. Como soporte de lo que busca ser una sociedad pluralista, con un estado democrático donde la convivencia se fundamente en el respeto mutuo y los valores ancestrales del amor, de la tolerancia, de los deberes junto con los derechos.
EXORCISMO DE NUESTRAS DEBILIDADES
Librar a nuestra sociedad de los peligrosos virus que la acechan significa concentrar el esfuerzo en esa manida "célula de la sociedad", entendiéndola vivencialmente, sin sofismas, sin retóricas ni prédicas. Sin escatimar realismo para alertar a sus miembros de las amenazas que debe enfrentar.
La familia en todo tiempo y espacio constituye una generalización recurrente que la intelectualidad o las élites políticas parecieran saltarse. No se puede obviar este microespacio fundamental, en donde se juegan las expectativas de calidad de vida de toda la sociedad.
Cuando se diagnostica problemas sociales, tales como violencia, alcoholismo, drogadicción, homosexualidad, consumismo, rupturas matrimoniales, deserción escolar, abusos deshonestos a infantes; todo al fin, se va enraizando en los problemas profundos de desamor, que cruzan a la pareja y la sociedad.
Todo se inicia y confluye en nuestro espacio, aquí y ahora. Con lo cual, ejercer la autocrítica es una necesidad de saneamiento mental y espiritual imprescindible, cualquiera sea la connotación ideológica o religiosa que cada quien otorgue a esta acción.
Por ello, para pensar el bosque, detengamos un poco la visión en el amigo árbol, que sufre las erosiones en carne propia. Después, asomarnos al macroespacio resultará aterrizado, consustanciado con lo que realmente estamos siendo aquí abajo, en el día a día.
El proceso natural de enseñanza-aprendizaje se basa en experiencias vivenciales que el niño va registrando inconscientemente desde su primera infancia.
Por ello, su hábitat debe ser formativo en muda consistencia: libertad con responsabilidad, solidaridad con gestos de generosidad, decencia con honestidad, verdad sin dobles estándares, sensibilidad social y vocación de servicio público más allá de campañas ocasionales.
Si se busca mejorar al hombre, rescatando aquí y ahora sus virtudes, tenemos que afrontar conjuntamente la dura tarea de exorcizar nuestros propios fantasmas, dándonos ese tiempo y distancia saludables para los dolores que arden allá dentro, tras las epidermis de la vida diaria y sus vidrieras coloridas.
Estamos señalando elementos de sentido común, que por parecer obvios no resultaría necesario revisar desde un enfoque teórico. Pero, por constituir precisamente aspectos de cotidiana omisión, resulta importante intrincarlos a este análisis prospectivo que buscamos motivar. Cada cual podrá hacer su revisión personal para determinar en qué medida está siendo coherente con aquello en lo que cree.
Pensando en términos integrales, yendo y viniendo de la política al hombre y viceversa, alguien podría preguntar ¿Qué implicancias tiene para un civismo responsable el postular este compromiso personal con los principios que consagra la Declaración Universal de los Derechos del Hombre?
Es talvez un lugar común, pero latente en todos los diagnósticos, el centrar recurrentemente el problema de los derechos humanos en el ámbito educacional. Tratemos de cruzar un poco más allá, para entrar al ámbito delineado, del propio hogar. Porque educar para la vida en armonía significa entender la interdependencia de planos, para asumir, en definitiva, que los desafíos planetarios pasan y concurren a este espacio de los seres de carne y hueso.
DERECHOS Y OBLIGACIONES
¿Cómo escudriñar lo insondable del alma colectiva, sin empantanarnos en sofismas, prejuicios, resentimientos, angustias, esperas y promesas?
¿Cómo sustentar en el estiércol de tanta ignominia aquellos rieles devastados que fueron arrastrados en la abrupta caida de los símbolos?
Por el planeta rechinan los dientes apretados de los desprotegidos seres humanos, convocados en torno a las estanterías que recién se iluminan. Son los nuevos nómadas, sin utopías, aplanados en sus preciados sueños.
¿Cómo postular una reinserción en un mundo que avasalla con la velocidad del cambio?
¿Cómo recomponer los morrales para rescatar algo de mística en medio de tanto utilitarismo?
En la vorágine de esta pregonada aldea mundial, donde la caída de los colectivismos dejó un peligroso vacío de poder, con el reflotamiento de exacerbados fundamentalismos y nacionalismos, que han inaugurado nuevos holocaustos, la Democracia quedó como una débil carabela, sometida a los tormentosos designios del fin de siglo.
En la América Temprana , luego de un largo período de decrecimiento y regímenes de facto - que reflejaron casi por tres décadas las concepciones hemisféricas del período de guerra fría- la civilidad ha levantado hacia el término de los ochenta, como esperanzador común denominador, la Democracia.
Con sus banderas rasgadas, postulada como un sistema político pluralista, la democracia se yergue como un perfectible sistema que debe superar rompientes a cada esquina.
La pregunta que va calando hondo la historia presente, es el grado de viabilidad que tiene la democracia para resolver en equidad los conflictos sociales. Siendo la democracia el mejor de los sistemas conocidos, los esfuerzos apuntan, en especial a nivel regional latinoamericano, a mejorarlo con la energía de la civilidad, con la modernización del estado y con la apertura y ensayo de nuevos canales de participación para los hombres cotidianos.
Las amenazas que debe afrontar la democracia son muchas, pero quisiéramos subrayar dos tendencias que apuntan sobre ella, debilitándola intrínsecamente.
Primero, las inercias centralistas y la concentración de poder, con la presencia creciente de grupos económicos que van ejerciendo una influencia creciente en los distintos niveles de la sociedad.
Otro peligro es el que cada cual lleva dentro y que aparece al menor descuido. Es nuestro pequeño dictador, que arremete en contra del mundo, tratando de imponer sus ideas e intereses contra viento y marea.
Si nos animásemos a sincerar nuestra real vocación de demócratas, asistiríamos con escozor a esta peligrosa tendencia interior a imponer nuestra voluntad por encima de las proclamaciones altisonantes de este ideario.
Incentivados hombres y mujeres por premisas que fundamentan el éxito en un actuar individualista y agresivo, como clave de la competitividad y del éxito, ese pequeño dictador pareciera legitimizarse en nosotros, avasallando inconscientemente a los demás.
Nuestro pequeño dictador busca imponerse sobre el del vecino, ya que los percibe como antagonistas a quienes se debe derrotar.
Para educar en valores realmente democráticos, es preciso asumir que el hombre, como ser gregario, necesita de los demás, aunque en esa convivencia naturalmente conflictúan sus intereses con los de las demás personas. Debe por lo tanto, cooperar y simultáneamente competir. En este sentido, el hombre que se supone civilizado, participa en función de los espacios que él efectivamente abre y ejerce.
La ley de la selva que ha fortificado el individualismo debe ser corregida para una convivencia sustentada en la paz.
CULTIVAR LA DOCTRINA DEL ESFUERZO
El costo social de los procesos de ajuste estructural que ha venido viviendo nuestro continente, ha impactado sobre el hombre americano provocando el desmoronamiento de sus seguridades básicas, lo cual ha conllevado la desorientación de una talvez endeble escala de valores.
El desempleo, con la consecuente incorporación del jefe de hogar a la economía informal. El descalabro de los roles clásicos en la pareja, con la mujer incorporándose al trabajo, y el hombre cayendo en cuadros depresivos a raíz de una inseguridad laboral que lo ha sorprendido, sin opciones, a una edad madura. La cesantía atendida con programas paternalistas, el hombre que baja sus brazos y espera que le sigan dando. La marginalidad empantanando a la digna pobreza de otrora, con efectos paralelos, como el alcohol de las botillerías de urgencia, o la droga que se distribuye por las esquinas de las barriadas. En fin, todo un cuadro de descomposición ética, que podría resumirse en un desfiladero por donde el hombre urbano transita con graves riesgo para su dignidad, para su calidad de persona.
La desesperanza reptando por los pechos ha conducido a laberintos depresivos y alienantes que se traducen en abulia, apatía, falta de ganas; agotamiento espiritual que fácilmente deriva en el alcoholismo, la mendicidad, la aceptación de la prostitución, la horrenda decadencia que conduce a ámbitos de tenebrosas aristas. Allí está el hombre con sus llagas como cruda expresión de la negación del más elemental derecho: la vida y la dignidad elemental de toda persona.
La enorme tarea de la sociedad toda es mejorar las condiciones de vida de esos hermanos que han caído en el túnel de la miseria. Es el desafío patrio para traer a la sociedad chilena una seguridad, una perspectiva que vaya neutralizando esos nudos gordianos de la marginalidad.
Pero el esfuerzo debe promover al hombre hacia su dignificación. Entregándole herramientas para subir hacia escaños de mayor dignidad, centrando los esfuerzos del gasto social, sin populismos, en la educación, para una mayor autonomía en la solución de sus propios problemas.
Recuperar la doctrina del esfuerzo significa enfrentar los desvalores del facilismo, del oportunismo, del cortoplacismo.
Significa cimentar una convivencia que sea realmente antropocéntrica, que salga de los esquemas mercadotécnicos para entender que tras la generación y distribución de la riqueza está el hombre.
El hombre de carne y espíritu, que desea realizarse en el trabajo, que busca crecer y cubrir sus múltiples aspiraciones. Necesidades que no son todas cuantificables ni pueden ser atendidas con parámetros de oferta y demanda.
EQUILIBRIOS NECESARIOS
Hay elementos fundamentales en las aspiraciones e intereses del ser humano, como la necesidad de pertenencia, de realización, de servicio público, de poder, tras los cuales despliegan su esfuerzo los hombres durante su respectivo proyecto de vida. Por lo tanto, el buscar oportunidades para Ser, para alcanzar una mayor autoestima, para proyectar en forma corporativa como nación un proyecto de país, un horizonte de convivencia, todo pasa por el perfeccionamiento de la calidad de la sociedad y del Estado como su máxima organización.
En la aspiración a ser felices los hombres buscan mucho más que cosas materiales. Pero las sirenas elevan sus cánticos cotidianos a través de las parabólicas o el cable y los arrecifes son atractivos. El sentido de pertenencia pasa a ser suplido por la tenencia de una tarjeta plástica.
"Debo, luego existo", pareciera ser uno de los mensajes subliminales que distorsionan el ethos cultural de nuestra sociedad. El consumismo puede convertirse en una expresión compulsiva de nuevas soledades, de neo-angustias que van estresando los estómagos anoréxicos de los "yuppies de la city" .
En la nueva sociedad de mercado es preciso actuar con la cabeza despejada. Las altas tasas de endeudamiento de los sectores medio bajos y populares está preocupando a las autoridades. Es que el consumismo cala en inversa proporción al grado de conciencia o educación de las personas. Es un fenómeno extendido, que dificulta colocar en el centro de interés colectivo temas que no reditúen en términos mercantiles.
La descripción de estos hechos no significa rehuir las propias responsabilidades por caer a menudo en los embrujos de las luces de neón, por correr de pronto tras titulares, oropeles o bisuterías.
"Taquillar" es un verbo de los tiempos modernos, que conjugan, sin demasiado pudor, políticos, artistas, intelectuales, académicos y poetas. Talvez los más discretos sean los propios empresarios, cuyo estilo de hacer negocios les lleva a publicitar en sus campañas sus bienes o servicios, pero no a publicitarse ellos mismos.
La doctrina del esfuerzo es la expresión de una actitud de amor hacia lo que cada cual debe realizar. Es una invitación a desplegar los propios sueños y a luchar por ellos, pese a los distractores que pretenden hacernos perder el norte. Trabajo concienzudo, cooperación para ser mejores. Construcción solidaria de nuestras comunes aspiraciones de progreso, manteniendo en el empeño nuestra identidad.
REVALORIZANDO LO PROPIO
Frente a estas fuerzas entrópicas de nuestra sociedad, la propuesta de fortalecer lo propio, rescatando los valores de la chilenidad, de aquello que conformamos como región, ese crisol inconcluso de etnias, aquello que somos en nuestra calidad de indo-iberoamericanos, debe trascender mucho más allá de las efemérides o la retórica integracionista.
Si la América a la cual pertenecemos, está en pleno proceso de estabilización política y económica. Si a nivel planetario la tendencia mundial a los regionalismos va acompañada de tendencias de neo-proteccionismo que dificultan las posibilidades de crecimiento hacia afuera de nuestras economías; y si a eso se adiciona la reaparición de grupos neonazis, cuyos mensajes de xenofobia penetran las ciudades europeas, la civilidad de nuestra región debe asumir el desafío impostergable de apurar el paso en la cooperación y la integración.
La evidencia actual de esta nueva dinámica de los procesos de cooperación regional, se aprecia en dos niveles interconectados: el plano intergubernamental, en donde la diplomacia directa apunta a la concertación política de la región; y el ámbito privado, con acciones constantes de empresarios, académicos, profesionales, organizaciones no gubernamentales, que han ido tejiendo una red de intereses permanentes que hoy deja al proceso global de colaboración regional, en una inmejorable posición.
Hoy la cooperación es mucho más que un eslogan recurrente para la revisión de las relaciones exteriores.
Es la necesidad íntima, familiar, de defender nuestra esencia, para que la apertura de las economías no signifique resignarnos a perder elementos históricos que nos han dado una identidad, una personalidad frente al mundo.
El mundo de los noventa nos llena de información. Nos satura de noticias. Nos exige repensar todos los estilos tradicionales de vida. Es a veces incómodo vivir en esta aldea mundial.
El desamparo del hombre de hoy se traduce en el cambio mundial de los roles del Estado, con un ajuste estructural que ha ido más adelante que la mentalidad de la comunidad nacional, que, salvo excepciones, va internalizando lentamente los nuevos estilos de interacción económica y social.
Queda en las personas un sentimiento de soledad, un descreimiento en ese Estado que se repliega y se declara subsidiario. Se intuye la necesidad de participar en términos competitivos, se teme el peso político de grupos de interés, cuyas áreas de influencia trascienden los marcos nacionales.
Como una reacción casi lógica el hombre se refugia gregariamente en las organizaciones no gubernamentales, convirtiéndose éstas en trincheras elitarias para actuar en la conquista de algún grado de influencia.
Hay temor por las distorsiones que puede tener el poder financiero en la vida social. Se desconfía de la relación de lobbying y se aspira a una transparencia que permita dilucidar la legítima acción de defensa de intereses sectoriales o gremiales de lo que es corrupción. Débiles fronteras que cuesta distinguir.
En la reorganización o modernización de nuestros países, aparece la necesidad de compartir espacios, pero también la enquistada tendencia de ganarlos por la fuerza. Federalismo o feudalismo es la dicotomía que nos plantea Edgard Morin, en su prospectiva de la civilización planetaria de fines de siglo.
A nivel de las calles empedradas que soportan estoicas sus siglos marineros, el humor ayuda a no deprimirse ante tanto cambio. Una de las expresiones críticas más saludables que el anónimo ser humano ejercita desde su clandestino sitial en las megalópolis, es la observación ácida, el diagnóstico risueño que se mofa de todo.
La risa, como nuestros bailes festivos, es liberante y un antídoto frente a tanta incongruencia. Es una liga
zón satisfactoria para individuos solitarios que rehuyen pero al mismo tiempo integran la multitud desbocada; queriendo de alguna forma levantar su protagonismo, defendiendo el aire y la flor, mofándose de la última masacre de los pacifistas armados hasta los dientes que nos ha traido el satélite.
Riendo de todo, rasgando con la mirada aguda del libretista, del caricaturista o del cómico los protocolos almidonados, este ejercicio lúdico oxigena las urbes con sus ventoleras irreverentes. Así también, el anónimo telespectador celebra desde el living los logros de la Paz en medio de tanta belicosidad.
Pero más allá de la actuación soberana como televidente, aparece reiterativa la soledad, barnizando las ciudades con recelos y miedos.
Y allí, al medio, nadando hasta el próximo escaño, intentando un surf por las olas de la modernidad, el hombre de hoy, minúsculo, atiborrado de información, sin saber que en esa avalancha de información corre el riesgo de perder cada vez más su capacidad de asombro y su débil identidad nacional. O también el riesgo de irse cerrando en sí mismo, con la pérdida de interés por todo lo que esté más allá de su microentorno.
En las urbes, los personal stereos clausuran toda posiblidad de acercamiento básico a los demás. Y la conexión no tiene filtros mínimos para aquello que alguna efe - eme despliega como programación envasada.
Este es el escenario de disgregación en que se sitúa el alerta rojo. Si se quiere fomentar una actitud de respeto mutuo, que elimine actitudes belicistas de cada íntimo pequeño dictador, es preciso generar los puentes elementales para salir de nuestras caparazones y decidirnos a conjugar el nosotros.
El televidente que ríe, que selecciona lo que quiere escuchar, al ejercer su sagrada libertad parece estar olvidando o desinteresándose por lo público, por los demás.
Así es la dura tarea cotidiana de la convivencia.
Deambulando nuestro minúsculo hemisferio, resguardando el metro cuadrado escaso, fortaleciendo maceteros de poder que jamás llegarán a ser parcelas, nos encaramamos hoy a la pregunta desgarradora que se avienta en esta etapa de apertura , en donde América Latina tiene una mitad oculta deambulando por el mundo entero, como sudacas o espaldas mojadas: ¿Cómo participar en este mundo de hoy sin que nos debilitemos más en el empeño?
¿Cómo formar en nuestras jóvenes generaciones una mentalidad abierta, interesada en interactuar siendo mejores?
Desde este nominado Continente de la Esperanza, desde este Chile partido y diseminado por el planeta, asomemos la nariz inocente al discursivo proceso cotidiano, a esos esfuerzos que buscan construir su inserción internacional.
Asumiendo los riesgos, que hemos reseñado como hitos de sirénico espectro, descubramos con energía las enormes oportunidades que nos ofrece cada día el diálogo, la cooperación, las negociaciones.
Podemos construir una pertenencia creativa y polifacética a un mundo flexible, quizá agreste, pero lleno de otras personas, con paralelas incertidumbres, que tienen una visión compartida, y a quienes debemos descubrir. O seguir famélicos hasta un penúltimo naufragio. Depende de nosotros.
Las energías están dentro de cada uno de nosotros. El asunto es focalizarlas en forma integrativa, elevando el conocimiento y respeto por lo propio, por nuestra historia, nuestros ancestros, nuestra idiosincracia.
Intentemos la aventura del redescubrimiento, la catársis ineludible que nos permita fulgurar como eslabones del fin de siglo, ligando con inusitado esfuerzo nuestro incongruente trocito de historia con la cosmogonía que cada cual esculpió en sus silencios, o aprendió en décadas pasadas entre aquellas estanterías, hoy abarrotadas de tomos fantasmales.
Tratemos de empezar de nuevo, avanzando por los umbrales del siglo, más livianos, desprovistos de lastres, para rememorar lo propio con los poros abiertos, pero hurgando las aristas de la memoria para eliminar los absolutismos, para asignarle a cada episodio su prisma de verdad inconclusa. Hagamos el empeño honesto de elevar un puente para la empatía indispensable que nos permitirá conocernos y entender nuestras respectivas ansiedades e intereses.
NEGOCIAR: HERRAMIENTA DE PAZ Y COOPERACION
Hemos podido apreciar en nuestros trabajos por América Latina la importancia crciente de las negociaciones, como forma civilizada de convivencia. La integración de los pueblos se sustenta en acuerdos de mutuo beneficio. Hemos tenido la suerte, a través de diferentes misiones por toda la región, de ir fortaleciendo vivencialmente las premisas de la cooperación, intercambiando experiencias con otros latinoamericanos que exploran y difunden esta nueva disciplina.
En el libro de Mario Jinete, de Cali, Colombia, "Cómo Negociar con Éxito", leemos un párrafo que brillantemente resume el alcance de la acción negociadora:
"Como existe una interrelación entre todos los seres humanos, la negociación se impone como una interdependencia que nace en el seno del propio hogar, se extiende al mundo de los negocios, se aplica entre gobernantes y gobernados y aun entre países. Querámoslo o no , vivimos en permanente proceso de negociación."
¿Es posible la cooperación en función de ser más competitivos en el mundo abierto de hoy?
Si quien contestase esta pregunta fuese un violento, diría que no. Es que la violencia es el uso directo u oculto de la fuerza como medio para resolver el conflicto. En el fondo la violencia delata una debilidad, la incapacidad de hacer pesar los propios argumentos en un debate racional.
Por lo mismo, nuestra respuesta es sí, y le agregamos que cooperarse para competir con mayor capacidad constituye hoy una necesidad para el progreso de los pueblos.
En este contexto, la verdad es un valor que debe privilegiarse para lograr legitimidad en la vida diaria, y es algo básico para mirar el mañana con esperanza, con optimismo.
NEGOCIAR ES PARTICIPAR
Todos portamos nuestros lastres, nos relacionamos condicionados por nuestros prejuicios, por nuestra conceptualización del mundo. Sobre todo las generaciones que fueron remecidas por la utilización de la fuerza, por el miedo impuesto como palanca de dominación, por los exacerbados ideologismos, por la confrontación posicional de ópticas diferentes, de intereses que se impusieron a raja tabla, en fin, por situaciones rupturistas que troncharon la vida cívica de los pueblos de América toda.
La franquía que necesitan las relaciones entre personas y organizaciones, pasa por hacer explícitos los intereses que pretenden alcanzar las partes y comprender sus límites.
Actuar sin prepotencias, buscando como valor la reciprocidad, buscando con creatividad opciones que concilien y complementen tales intereses, conduce a una estabilidad en sus relaciones .
Ejercitar la tolerancia no significa resignar los legítimos intereses, sino impulsarlos con la comprensión cabal de que habrá que anticipar conflictos, imaginando cómo resolverlos con la mayor equidad.
Aprender a compartir lleva a la construcción de relaciones equilibradas, de una creciente colaboración.
En este contexto, el rol principal del Estado Moderno debe ser precisamente la desconcentración del poder para que el ciudadano pueda ejercer su protagonismo en espacios más explícitos de concurrencia, como lo son las comunas, barrios y organizaciones no gubernamentales de ámbito local. En la expectativa de esta modernización, el Estado debe ir regulando marcos gruesos o globales para que se procure un mayor equilibrio, transparencia y claridad en las actividades de los privados.
La planificación participativa, que corresponde a este estilo de relacionamiento, se basa precisamente en un sistema pluralista de negociaciones que integre intereses en proyectos consensuados. El liderazgo que debe ejercer un agente del planeamiento comunal o regional, deberá buscar precisamente este tipo de acciones en la comunidad.
En definitiva, para mejor participar en la vida ciudadana, los grupos de interés deben cambiar los estilos de presión y fuerza, por aquellos que , sustentados en el pluralismo y la tolerancia, se encaminan por el camino inteligente de la negociación.
EDUCACION PARA LA TOLERANCIA
El acuerdo y la negociación son la única posibilidad de vivir en paz y armonía. Practicar el acuerdo es la única forma de ser verdaderamente hombres libres y de buenas costumbres.
Debemos aprender a defender con valores nuestros intereses. Entender que la fuerza de la razón abre caminos a la paz. Que la interrelación de los seres humanos no puede excluir a nadie, pero que los espacios de armonía se ganan una vez que se toma debida cuenta de los límites y responsabilidades que implica ejercer un derecho.
Saber con quienes se conflictúa y porqué, para proyectarse en función de negociar una salida armónica al problema.
En las sociedades latinoamericanas contemporáneas, la desventaja estructural de los sectores más débiles, ha puesto en el tapete un valor: la equidad.
Aspirar a relaciones más equitativas en la sociedad es mucho más que un compromiso de la alta política. Debe motivar una acción cultural profunda, que rescate los principios de la cooperación, esa básica acción gregaria para mejorar las capacidades de participar en ámbitos competitivos.
La igualdad de oportunidades, constante utopía social, debe ser acercada a la vida real en función de medidas que vayan mejorando las fortalezas de las grandes mayorías, entregándoles opciones de crecimiento, de construcción asociativa de una mayor capacidad negociadora.
Educar para fortalecer la familia chilena. Educar para una relación activa en la sociedad, educar para la cooperación, conduce a una forma diferente de actuación en todo orden de cosas.
Negociar significa establecer comunicaciones, negociar significa construir con dinamismo relaciones equitativas, negociar significa aprender a resolver los conflictos de intereses, antes que ellos detonen con grave daño para todos los involucrados.
Deponer el autoritarismo en el corazón de los hombres, pasa por activar también su creatividad. Sacarse de encima cánones normativistas, dejar de plantear como estilo de interrelación la consecución de marcos constitucionales, legales o reglamentarios para perpetuar los status quo, significa entender con dinamismo la evolución de las sociedades modernas.
La solución imaginativa de los problemas, con una acción integrativa que vincule e involucre a todos los interesados, aportará equilibrios casi naturales al problema.
En este sentido, la participación social se levanta como una columna vertebral para soportar una organización social más sana. Que la política no pretenda adjudicarse el monopolio de lo público, queda como premisa si se desea realmente la participación responsable.
Participación que debe recoger como elemento sustancial, la conjugación de deberes y derechos.
Cualquier postura facilista que se centre sólo en reclamar derechos o intereses, deja rengueando la idea de responsabilidad ciudadana. El correlato de ambos aspectos nos puede nutrir eficazmente para cimentar una sociedad moderna, equitativa, segura de sí misma.
NO MÁS EL MIEDO
De los lastres, quizá el peor.
"El miedo es un gusano carcomiendo/Te deja silente y aislado/ Te vuelve servil/Te desmantela../Va doblegando tu esperanza/ y como ostra taciturna/ ya sólo te importa tu sosiego". Es un trozo del poema "Miedo al Miedo", en donde el autor presenta al miedo como elemento paralizante, disociador, una herramienta milenaria de las tiranías.
Cualquier lectura que hagamos de los efectos sico-sociales de la represión, marcará el mismo hecho. Los hombres sometidos al terror flaquean, escabullen por los recónditos laberintos de la mente, generan conductas de aislamiento, de culpa. Lo plantea, talvez con mayor fuerza, el poema "Individualísimo", que presenta al hablante urbano que ha internalizado ese miedo ambiental:
"En la piel siento vergüenza/en los ojos desconfianza/ en mis manos escondidas sólo siento la distancia/ Evitando invitaciones/Con temores de invitar/ restringiendo confidencias/Un espécimen normal/... Y me alergian los bullicios/Y le escapo a su canción/ han logrado transformarme en gentil consumidor..."
Para poder recuperar la libertad en la íntima fibra de las personas, es preciso erradicar para siempre el miedo. Nadie puede defender los derechos ajenos si el propio interesado los resigna y no se compromete en su defensa.
Este factor es fundamental para que las personas generen actitudes sanas en función de sus intereses.
Como dijimos anteriormente, es preciso desterrar el autoritarismo de nuestras conductas cotidianas, y, en el mismo sentido, es preciso fortalecer la autoestima ciudadana, a efectos de potenciar la libertad como una postura protagónica en nuestras vidas. La obsecuencia es tan dañina como la prepotencia, y son ambos obstáculos para poner en ejecución cualquier proyecto de trabajo.
La obsecuencia anula toda creatividad. Sólo se sabe obedecer sin cuestionamientos. Tampoco nadie puede esperar lealtades de un obsecuente, ya que él servirá al que lo mande con más rigor. En definitiva, la violencia se retroalimenta con la debilidad, cobardía y el silencio de los subyugados.
Muchas veces, racionalmente, elaboramos justificaciones para no hacer. Pecamos de omisión al resignar legítimos derechos ante la fuerza o prepotencia de los abusadores. Sin embargo, la no-violencia dice no a la brutalidad, y lo hace con su fuerza, la razón y los valores.
Quisiera insistir majaderamente en esta idea, porque involucra lo educativo y familiar, pues estos desvalores, estos estilos de convivencia con parámetros de dominante-dominado , arruinan cualquier proyecto que apunte a formar personas, es decir, seres libres, capaces de forjar su propio destino.
El desarrollo de nuestros países necesita niños creativos, jóvenes que amen y ejerzan su libertad con responsabilidad. Personas capaces de emprender la aventura de construir un sueño, capaces de construir equipos, de generar relaciones justas de colaboración. Sin ventajismos, con sincero aporte y dedicación al trabajo que se acometa.
Chile y Latinoamérica buscan este ajuste profundo de sus sistemas educacionales, para generar energías renovadoras, que sustenten en las nuevas generaciones un espíritu equilibrado, en donde se combinen el amor por las raíces y el entusiasmo innovador para conquistar con calidad espacios en un mundo competitivo.
CHILE : CON LA FUERZA DE LA RAZON Y LOS PRINCIPIOS
Están aún frescas las heridas del sordo conflicto que quebró el Alma de Chile. El Cardenal Raúl Silva Henríquez fue clarísimo al marcar las cicatrices que han cruzado la Patria. Se estigmatizó como "enemigos" a quienes pensaban diferente. Hubo mucho odio campeando con los puños apretados y bocas calibradas por nuestra tierra, pero en medio de todo hubo también nobles y solidarios gestos de quienes se jugaron la integridad personal para ser consecuentes con sus principios .
Hay aún muy poca distancia desde esos crudos hechos y aún no alcanzamos a plenitud la reconciliación. Han faltado gestos hidalgos de reconocimiento de graves errores, ha habido reticencia a aceptar por parte de victimarios, con virilidad el juicio histórico.
Apenas presentado el Informe Rettig, el asesinato del Senador Jaime Guzmán, líder opositor, desvió prácticamente la atención total de esta trascendental tarea cumplida por la Comisión Verdad y Reconciliación.
Sin embargo, Chile no podrá olvidar jamás la nobleza y dolor con que, desde el fondo del alma, el Presidente de la República, pidió perdón a Chile por todas las víctimas que se produjeron durante el período relevado, a partir del 11 de septiembre de 1973, hubiesen sido ellas civiles o militares.
Hoy avanzamos por una etapa de madurez cívica, demostrando al mundo la, talvez, más inteligente, suave e inédita transición desde un régimen de facto - dictatorial en su primera etapa, autocrático y personalista en la segunda - hacia un sistema democrático. Encaminando al país a un clima de aceptación y concordia, con una recuperada democracia que, pese a sus originales y premeditadas amarras, ha logrado, gradualmente, generar consensos para una profundización real del pluralismo y la participación ciudadana.
Chile ha dado una lección al mundo, la cual nos subraya una vez más, que el camino negociado es siempre, en cualquier circunstancia, el menos costoso para una nación. Los desafíos han sido enormes, sobre todo en el ámbito de la deuda pendiente con aquellos compatriotas que sufrieron en carne propia, en su derecho a la vida, a vivir en la patria natal, a pensar distinto, a no ser discriminados por su pensamiento contestatario, los rigores de un régimen que concentró la fuerza armada como base de su poder.
En los ochenta, Chile orienta la fuerza de la civilidad hacia las banderas de la paz, de la razón. Y desde las protestas movilizadoras, evitando el riesgo de caer en una confrontación sin destino, aislando a los que postulaban la vía armada para hacer frente a la dictadura, las fuerzas democráticas construyen el movimiento cívico más activo de la historia de Chile que, dentro de las arteras condiciones de un régimen militar autoritario y dentro de las reglas institucionales de una Constitución que ya no se cuestiona, manifestará el 5 de octubre de 1988 su No histórico. Que abre las puertas a la nueva etapa que estamos viviendo.
La razón aparece como estoica bandera que aglutina a Chile entero, abriendo cauces renovados para el entendimiento en paz.
Chile inaugura la década de los noventa con su flamante primer gobierno democrático. Y en la estrategia que dirige el juicioso estadista de esta arquitectura política, Patricio Aylwin, la fuerza de la razón es la mayor fortaleza de su gobierno de transición.
Es así como en Chile se produce el desmantelamiento de los conflictos, el llamado a la civilidad, para que maduramente vaya cuidando el valor conquistado - el nuevo sistema democrático- sin exacerbar la confrontación, sin actitudes de revancha, sin caer en especulaciones electoreras que pudieran quebrar la disciplina en lo económico con acciones populistas.
Las conversaciones con altura de miras, el sentido estratégico de largo aliento, la capacidad de escuchar, la capacidad de colocarse en los zapatos del otro, el buscar juntos, con creatividad y flexibilidad dentro de lo posible soluciones armónicas, son todos elementos que debemos apreciar como una rica experiencia nacional, más allá de posiciones partidarias contingentes.
La ética en la política, como en todo ámbito de relaciones interpersonales o sociales, constituye una enorme fortaleza, que las personas deben apreciar como un faro permanente para sus actuaciones en sociedad.
Nadie puede manipular principios del derecho natural, nadie puede planearse en ningún plano pretendiendo legitimar su accionar directivo, si no construye con acciones, con ejemplos, una autoridad moral, un ascendiente que le permita ganar genuinos liderazgos.
En el actuar público, en las acciones cívicas, en la vida diaria, en el seno de la familia, la coherencia juzgada por contrapartes y subordinados, pareja, hijos, alumnos, condiscípulos, etc., el valor de honestidad e integridad son vitales para tener esta legítima autoridad.
La fuerza de la razón y la ética es mayor que cualquier arsenal atómico. La historia está llena de derrotados poderosos, que construyeron imperios a costa del desamor y la injusticia, como así también persisten por encima de los siglos aquellas religiones o doctrinas que, que en distintas civilizaciones y tiempos de la humanidad, pusieron Luz en el corazón del hombre.
Tenemos una hermosa tarea por delante: ¡Inaugurar el Siglo XXI con el ímpetu generoso de hombres y mujeres capaces de protagonizar su libertad, fortalecidos en la cooperación y la tolerancia!
HERNAN NARBONA VELIZ, Octubre/1993
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Octubre/1993
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