Saturday, July 29, 2006

Quién es Edgar Morin




Edgar Morin (1921) no es solo un ciudadano francés y europeo de gran prestigio intelectual, sino que es también, como lo ha honrado recientemente la UNESCO, un ciudadano y humanista planetario.

Edgar Morin es un pensador y un ciudadano del mundo comprometido con los esfuerzos de elucidación del destino humano en la Tierra-patria.

Tierra-patria es un concepto elaborado por Edgar Morin para señalar el lugar de convivencia civilizada de la humanidad en simbiosis con el planeta. Este concepto señala la necesidad de arraigar a la humanidad en el planeta tierra en función de un destino complementario y errante.

Lejos esta Edgar Morin del modelo de ciudadano cómodo y circunscrito a las preocupaciones de su pequeño territorio familiar y laboral. Muy lejos también, de la tranquilidad y el aislamiento académico, por el contrario, Edgar Morin sigue siendo protagonista y contemplador activo de los sucesos y acontecimientos relevantes del devenir actual del mundo.
Prueba de ello son sus condecoraciones: Oficial de la Legión de Honor, Comendador de las Artes y las Letras y recientemente Comendador de la Orden de la Legión de Honor de su país.

Desde su participación como combatiente voluntario de la resistencia de su país contra la ocupación nazi, hasta su participación como oficial agregado al estado mayor del primer ejército francés en Alemania en 1945, y luego como Jefe de Propaganda en la Dirección de Información del Gobierno Militar Francés en la Alemania de 1946, Edgar Morin no abandonará jamás esa elección de vida, porque su resistencia no solo ha sido frente al nazismo y más tarde frente al stalinismo, sino que continúa siendo contra toda forma de totalitarismo, incluidas las tendencias humanas que las generan. Su esfuerzo y su prestigio intelectual no residen únicamente en su monumental obra, hasta hoy en curso, compuesta de epistemología, reflexión, autocrítica y análisis de la sociedad contemporánea, sino que reside también, en su resistencia permanente contra toda forma de crueldad (Para una mayor información al respecto ver su autobiografía intelectual Morin, Edgar, Mis demonios, ed. Kairós, Barcelona, 1995)

Pero esta afirmación sería insuficiente si se omitiera su culto desinteresado a la amistad y la comprensión humana. Lucidez y cordialidad son el nombre y apellido de esta persona que hoy es consultada y leída por millares de individuos en todo el mundo. Basta como prueba, los esfuerzos constantes y en expansión, de las traducciones de sus obras a distintos idiomas. Sus obras han sido traducidas al español, inglés, italiano, chino, al japonés, y hasta circulan traducciones “piratas” en Irán. Las traducciones de sus obras se reeditan permanentemente en América Latina y el Caribe, y hoy es imposible encontrar un programa de formación de docentes donde no se halle citada, como obra de consulta obligatoria, alguna de aquellas dedicadas al educador, como “La cabeza bien puesta” y los “Siete saberes necesarios para la educación del futuro”.

Se agrega a ello, el reconocimiento de más de una decena de casas de altos estudios de Europa y América Latina y el Caribe, que lo han homenajeado con la entrega del doctorado Honoris Causa. Entre las que se pueden citar: Doctor Honoris Causa de la Universidad de Perugia, de la Universidad de Ginebra, de la Universidad de Palermo, de la Universidad de Bruselas, de la Universidad de Odense, de la Universidad del Salvador (Argentina), de la Universidad Federal de Rio Grande del Norte (Brasil) y de la Universidad de Guadalajara.
Edgar Morin ha desarrollado como investigador un camino de reflexión global, sobre la vida y el conocimiento. Su trabajo decisivo analiza los fenómenos multidimensionales de la sociedad y de la humanidad, en su totalidad y en su complejidad. En función de esto, insiste sobre la necesidad de desarrollar el sentimiento de existencia de una identidad común y de una comunidad de destino que favorezca la emergencia de una conciencia planetaria, para salvaguardar el desarrollo de hominización.

Si se tuviese que resumir en pocas palabras el significado que tiene la obra de Edgar Morin debería decirse que es uno de los intentos más consistentes de este siglo de pensar y describir la complejidad humana. Una complejidad multidimensional al mismo tiempo interrelacionada: la complejidad antropológica, sociológica, ética, política, histórica. Diferentes y complementarias caras de un mismo fenómeno: lo humano. Una complejidad que por ello mismo requiere un titánico esfuerzo epistemológico de revisión y articulación de los saberes y conocimientos heredados. Su obra más importante, elaborada durante más de treinta años, es la serie titulada “El método” conformado, por el momento, por cinco volúmenes, traducidos los primeros cuatro al castellano por la editorial Cátedra.
Las diferencias de mitos, creencias, lenguas, costumbres, han ocultado la común identidad bio-antropológica de la especie humana y es preciso, si queremos la continuidad de la especie, recuperar esta unidad conservando sus diferencias para compartir un destino común. La tierra nos dice, no es la adición de un planeta físico más biosfera, más la humanidad. La tierra es una totalidad compleja físico-biológica, antropológica, don de la vida es una emergencia de la historia de la tierra y el hombre una emergencia de la historia de la vida terrestre, no somos ciertamente, dice Edgar Morin, el centro cósmico, pero no nos concebimos sin el cosmos. Hasta ahora hemos ignorado algunas realidades que conforman nuestro destino, hemos ignorado que estamos perdidos en el cosmos, que la vida está sólo en el sistema solar y sin duda en la galaxia, que la tierra, la vida, el hombre, la ciencia, son frutos de una aventura singular llena de peripecias y repercusiones sorprendentes; que el hombre forma parte de la comunidad de la vida aunque la conciencia humana, nuestra conciencia, sea un fenómeno solitario.

La conciencia sobre el destino planetario del hombre es una condición necesaria para realizar la humanidad La educación tiene como principal desafío arraigar al ser humano en su casa que es la tierra, sin perder de vista que el ser humano es también un ser desarraigado por su propia condición.

Para Morin la base de las políticas de desarrollo deben reconsiderase a partir de un juego contradictorio y a su vez, complementario de acciones que conduzcan a conservar y revolucionar la vida. Un vínculo inseparable dice, debe unir dos finalidades aparentemente antagonistas, la supervivencia de la humanidad y la persecución de la humanización. La primera es conservadora, trata de salvaguardar las diversidades culturales y naturales degradadas por la uniformización, como es la humanidad amenazada por el arma nuclear y la degradación de la biosfera, ambas producto de la alianza de los peores odios y violencias. La segunda finalidad es revolucionaria, se trata de crear las condiciones para que la humanidad se cumpla como tal en una sociedad-comunidad de las naciones. Esta nueva etapa solo puede alcanzarse revolucionando en todas partes las relaciones de los seres humanos con uno mismo, con los demás, con las naciones, con los estados, entre los hombres y la tecnocracia, entre los hombres y la sociedad, entre los hombres y el conocimiento, entre los hombres y la naturaleza. De ahí una paradoja inevitable: la conservación necesita la revolución que asegure la prosecución de la humanización. La revolución necesita la conservación no solo de nuestros seres biológicos sino también de la adquisición de nuestras herencias culturales y civilizacionales.

Hay que continuar defendiéndonos del retorno persistente de la barbarie. No solo de la barbarie que podríamos llamar ancestral, sino la barbarie moderna, fría, anónima, abstracta y mercantilizadora de nuestros tiempos.

Las guerras “localizadas” pero de impacto global incierto, la destrucción del ambiente, los basureros mundiales, la desertificación de la tierra, la contaminación de aguas y de atmósferas, el desempleo, las migraciones multitudinarias, las epidemias, el descontrol de la experimentación biológica, la globalización económica-política y cultural, la automatización tecnológica, la tecnocratización del poder, el desarrollo y difusión del conocimiento, la violencia, la discriminación de la juventud, la desarticulación de las sociedades, el impacto de la comunicación, el deterioro de la educación y de las instituciones universitarias, la angustia, la incertidumbre, la desconfianza como contra pautas de convivencia, las catástrofes físicas, biológicas, psicológicas, sociales, masivas, el crecimiento de la libertad, de la complejidad, del caos y la frontera del orden, cualquier orden, la sobrevivencia, la conservación de la vida, no son materias que podamos captar solo con el ojo solitario de una disciplina científica.

En su libro “Introducción al pensamiento complejo” afirma: “Hay una nueva ignorancia ligada al desarrollo mismo de la ciencia, hay una nueva ceguera ligada al uso degradado de la razón, las amenazas más graves que enfrenta la humanidad están ligadas al progreso ciego e incontrolado del conocimiento. Es necesario tomar conciencia de la naturaleza y de las consecuencias de los paradigmas que mutilan el conocimiento y desfiguran la realidad”. (Traducido al castellano por editorial Gedisa).

Para Edgar Morin, el gran problema de la ciencia actual es la cada vez mayor compartimentación del conocimiento. Mientras que la cultura general busca la posibilidad de poner en contexto toda la información y las ideas, la cultura científica o técnica, debido a su carácter disciplinario especializado, enfrenta cada vez mayores dificultades para su puesta en contexto.

Actualmente, todo hecho importante debe ser analizado en su contexto social, político humano, ecológico, es decir se tiene que tomar en cuenta el mundo todo. Para tener la posibilidad de articular y organizar la información del mundo, Morin propone una reforma del pensamiento. Esta reforma es lo que llama pensamiento complejo.

Para Morin uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es volver a relacionar las dos culturas: la humanística y la científica. En nuestros días, ambas se encuentran empobrecidas.

La reforma necesaria del pensamiento es aquella que genere un pensamiento del contexto y de lo complejo. El pensamiento del contexto busca siempre la relación de inseparabilidad y de ínter-retro-acción entre todo fenómeno y su entorno, y de todo entorno con el contexto planetario.
El pensamiento de lo complejo es necesario para captar las relaciones, interacciones e implicaciones mutuas de los fenómenos multidimensionales, y de las realidades que son a la vez, solidarias y conflictivas porque contienen fuerzas que conducen a la diversidad y al mismo tiempo a la unidad. El pensamiento complejo es un pensamiento organizador que concibe la relación recíproca de todas las partes que conforman un todo.

Es necesario incorporar el pensamiento complejo y repensar el destino y la misión de la educación directamente relacionado con el destino de la especie. Objetivo difícil porque la reforma de la Universidad suscita una paradoja: no se puede reformar la institución (las estructuras universitarias) si no se han reformado anteriormente las mentes; pero no se pueden reformar las mentes si no se ha reformado anteriormente la institución.

La reforma de la Universidad implicaría la instauración de Departamentos o Institutos dedicados a las ciencias habiendo operado una reintegración polidisciplinaria en derredor de un núcleo organizador sistémico (ecología, ciencias de la tierra, cosmología); progresaría con la reintegración futura de las ciencias biológicas, ciencias sociales, y elaboraría los dispositivos que permitieran la coordinación del conjunto de ciencias antroposociales y del conjunto de las ciencias de la naturaleza.

A fin de instalar y ramificar un modo de pensamiento (complejo) que permita la transdisciplinariedad, la Universidad debiera en un primer momento introducir en ella un “diezmo transdisciplinario”, un espacio operativo de articulación transversal de los conocimientos especializados.

La reforma del pensamiento es una necesidad social clave: formar ciudadanos capaces de enfrentar los problemas de su tiempo. Ello permitiría frenar el debilitamiento democrático que suscita, en todos los campos de la política, la expansión de la autoridad de los expertos, especialistas de todo orden, que limitan progresivamente la competencia de los ciudadanos, condenados a la aceptación ignorante de las decisiones de quienes son considerados como conocedores, pero que de hecho practican una compresión que rompe la globalidad y la contextualidad de los problemas. El desarrollo de una democracia cognitiva solo es posible en una reorganización del saber donde resucitarían de manera novedosa las nociones trituradas por el parcelamiento disciplinario: el ser humano, la naturaleza, el cosmos y la realidad.